Mañana, miércoles 29 de junio, la tierra temblará. Es el regreso del cine catástrofe, y un poco más aún; ciertamente un homenaje del director Steven Spielberg y el actor/productor Tom Cruise, a un género que desde sus inicios conquistó a un público más que variado, y hoy sólo es posible (o más bien aceptable) desde una estética "mainstream". La ciencia ficción ha cambiado drásticamente. Ya no hay presupuestos chicos en las producciones de este género, en cine al menos.
GUERRA DE LOS MUNDOS está a la altura de paladares exigentes a nivel estético, aunque su trama esté sensiblemente diluida en relación al potente texto en que se basa. Dijimos "cine catástrofe" al principio, y sin temor a errores puede calificarse a esta película como una oda a la destrucción. El metamensaje está lejos de aquel que esbozó H.G. Wells en su original "War of the Worlds", escrita en 1898, y que abordaba un tema que la sociedad entonces ni siquiera se planteaba posible: hay inteligencias vastas y crueles que observan nuestro planeta con ojos de envidia, y planean destruirnos. A nosotros: la omnipotente raza humana.
Más allá de un relato en off que sirve de introducción, nada del espíritu Wells (o Welles) prevalece en el desapasionado catálogo de imágenes que se suceden a partir del momento en que Ray Ferrier (TomCruise) sobrevive al despertar de la primera máquina de guerra alienígena en suelo yanki. A partir de ese momento, el mejor Spielberg toma la posta de una acción que, narrada sin fisuras, mantiene al espectador al borde de la butaca. El caos así mostrado, da gusto verlo en cine y sólo se justifica por él.
La historia (un drama familiar que, cosa curiosa hoy en día, no mejora con el correr de la cinta) sirve en todo momento de hilo conductor y tensor, por más que muchas situaciones bordeen lo francamente inverosímil. Hay que destacar que el proyecto era en sí un desafío, y que el equipo con y tras Spielberg lo ha asumido correctamente. La cinta no tiene un minuto de más, y está bien; al menos para el espectador resignado a nuevas superproducciones de casi dos horas, la excusa perfecta de las multisalas para el incómodo intervalo.
Nuestra calificación: Este film justifica el 85% del valor de una entrada.
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